8 de enero de 2015

FUNDAMENTOS...

cristianismo, como algo triste, rígido, aburrido, antiguo, más centrado en el cumplimiento de las normas que en la vivencia de la amistad y trato con Jesús y la fuerza del amor que suscita esa relación. El Evangelio es Buena Noticia, el problema es que en lo más íntimo de nosotros no hemos experimentado el contenido de dicha noticia: Cristo nos hace hombres y mujeres más plenos/as y felices, liberándonos de aquello que nos hiere y nos ata. A veces esto lo sabemos racionalmente, pero no vivimos de esta experiencia.

El Papa lo recuerda al iniciar la EG, como si dijese, escribo esta exhortación “para invitarles a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años”[1]. Quizá porque una de las carencias más significativas de esta época, es justamente la dificultad de transparentar la esencia del evangelio, que no es otra cosa que la alegría. La clave del Evangelio es la persona de Jesús de Nazaret, y el encuentro con él es lo que hace brotar alegría profunda, verdadera y contagiosa.

La falta de alegría se va reflejando en nuestras miradas, en la falta de gratuidad y de transmisión de la fe. Es el peso del miedo, del temor, de la rigidez y de la incertidumbre las que no nos dejan transparentar la novedad de la alegría que brota de forma espontánea. La causa es la falta de determinación de pasar el tiempo con Cristo y de tomarnos en serio que a ese Jesús es posible encontrárselo en la mundanidad, las periferias. El mundo no es ya un enemigo, sino un lugar teológico donde Dios se revela.
     
Me gustaría que por un momento tomásemos conciencia para ver si nuestra alegría es expresión del encuentro profundo con Cristo. Porqué digo esto, porque me parece que los sentimientos de fondo cuando uno los hace conscientes, nos permiten descubrir la huella que Dios deja en nuestro interior. Mirar hacia dentro es hacer verdad en nuestra vida y, desde esta mirada auténtica, podemos hacernos las siguientes preguntas:
-          ¿La alegría que produce el encuentro con Jesús nos lleva a un estado permanente de misión? ¿O acaso gastamos la mayor parte de nuestra energía y nuestro dinero en mantener estructuras y una cierta seguridad de vida?
-          ¿Estamos dispuestos a salir al encuentro de otras personas, con otras creencias y prioridades vitales, sin nuestro discurso teológico y pastoral prediseñado y perfecto? ¿Creemos que nuestra sociedad tiene mucho que enseñarnos o seguimos sintiéndonos “supermanes” que tienen que salvar el mundo de las fuerzas malignas?
-          ¿Hasta qué punto me quema por dentro y me pone en movimiento saber que hay personas rotas, necesitadas de la liberación de Dios?
-          ¿Olemos a oveja o a papeles?

1
.    La alegría del Evangelio suscita nuevos lenguajes

Quien se siente enamorado/a y desbordante de alegría hace un esfuerzo sobrehumano para comunicarla a sus semejantes. Y esto lleva a que de manera natural surjan nuevos cauces y nuevos modos de transmisión. María acoge la palabra como promesa de una vida nueva, que suscita en ella una respuesta inmediata: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). De ese


[1] EG, 1. 

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