era cuando entré y el cambio no fue un camino fácil para mí.
La integración de todas las preguntas que me surgieron sobre la fe, las escrituras y la teología, en mi vida de oración fue clave para mi transformación, como lo fue para muchas religiosas. Empezamos a ver con nuevos ojos lo que Jesús era y que las Escrituras fueron formuladas en el contexto de su tiempo. Aprendimos la historia de la Iglesia y su tradición de justicia social. Conocimos la teología de la liberación y comenzamos a entender que las estructuras y los sistemas de poder político y eclesial, oprimen a menudo a las personas que se formaron para servir. Diócesis estadounidenses se emparejaron con ciudades en centro y Sudamérica y muchas hermanas sirvieron en diversos lugares, experimentaron el poder de la teología de la liberación y fueron transformadas
Guiadas por los documentos conciliares aprendimos de otras tradiciones de fe que tenían algo que ofrecer al conocimiento de Dios. La renovación litúrgica trajo apertura y frescura para las celebraciones que se habían osificado dentro de la iglesia romana.
Muchas religiosas se prepararon académicamente tras el concilio: artes liberales, ciencias sociales… Las ideas sobre la física cuántica, la evolución y los descubrimientos sobre el origen del universo nos ayudaron a tener un mayor conocimiento sobre Dios y despertaron nuestra conciencia de que estamos en un mundo maravilloso.
Sumergirnos en el mundo nos abrió nuevos ministerios, trabajamos junto a las mujeres que luchan contra las relaciones abusivas o las apoyamos para llevar un embarazo a término; con niñas, que erróneamente habían comprendido que, según la doctrina de la iglesia era mejor tener un aborto y ser perdonado por un pecado mortal, que utilizar anticonceptivos y estar en un constante estado de pecado mortal. Nuestros ministerios nos colocaron, cara a cara con los parias de la sociedad, las personas sin hogar, en las cárceles, las drogas, los económicamente desfavorecidos, los que sufren a causa de su orientación sexual. Estas experiencias se infiltraron en nosotras y las llevamos a la oración. Vimos y entendimos que esas eran las personas que Jesús habría llamado amigos y acogió en su movimiento.
El despertar de nuestra vida dentro de las congregaciones fue así. Hemos cambiado la ropa que las mujeres llevaban en una época anterior a nuestro tiempo y comenzamos a vivir en diferentes tipos de comunidad. Hemos despertado a nuestra identidad como mujeres y reclamado los derechos que nos corresponden, iguales a los de los hombres. Habiendo servido entre las mujeres sentimos de manera nueva los desafíos de nuestro género, el regalo de nuestra sexualidad y la realidad de ser portadoras de nueva vida. Vimos que la doctrina de la iglesia sobre la sexualidad no era aceptada por las mujeres católicas porque no llegaba a sus corazones, a sus vidas, a sus sufrimientos, o a las decisiones difíciles que debían tomar, y porque no celebraba la alegría de nuestra sexualidad.
Las religiosas de Estados Unidos comenzamos a integrar los principios democráticos en nuestras formas de gobierno. El Concilio pidió pasar hacia el liderazgo del siervo y vimos que las estructuras patriarcales y jerárquicas no fomentaban ese modelo. Hemos elegido modelos circulares de liderazgo, con énfasis en la participación y el gobierno compartido, a la vez que aceptamos a personas líderes electas.
25 de agosto de 2012
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