cristianismo, como
algo triste, rígido, aburrido, antiguo, más centrado en el cumplimiento de las
normas que en la vivencia de la amistad y trato con Jesús y la fuerza del amor
que suscita esa relación. El Evangelio es Buena Noticia, el problema es que en
lo más íntimo de nosotros no hemos experimentado el contenido de dicha noticia:
Cristo nos hace hombres y mujeres más plenos/as y felices, liberándonos de
aquello que nos hiere y nos ata. A veces esto lo sabemos racionalmente, pero no
vivimos de esta experiencia.
El Papa lo recuerda
al iniciar la EG, como si dijese, escribo esta exhortación “para invitarles a
una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría, e indicar caminos para
la marcha de la Iglesia en los próximos años”[1].
Quizá porque una de las carencias más significativas de esta época, es
justamente la dificultad de transparentar la esencia del evangelio, que no es
otra cosa que la alegría. La clave del Evangelio es la persona de Jesús de
Nazaret, y el encuentro con él es lo que hace brotar alegría profunda,
verdadera y contagiosa.
La falta de alegría
se va reflejando en nuestras miradas, en la falta de gratuidad y de transmisión
de la fe. Es el peso del miedo, del temor, de la rigidez y de la incertidumbre
las que no nos dejan transparentar la novedad de la alegría que brota de forma
espontánea. La causa es la falta de determinación de pasar el tiempo con Cristo
y de tomarnos en serio que a ese Jesús es posible encontrárselo en la
mundanidad, las periferias. El mundo no es ya un enemigo, sino un lugar
teológico donde Dios se revela.
Me gustaría que por
un momento tomásemos conciencia para ver si nuestra alegría es expresión del encuentro
profundo con Cristo. Porqué digo esto, porque me parece que los sentimientos de
fondo cuando uno los hace conscientes, nos permiten descubrir la huella que
Dios deja en nuestro interior. Mirar hacia dentro es hacer verdad en nuestra
vida y, desde esta mirada auténtica, podemos hacernos las siguientes preguntas:
-
¿La alegría que produce el encuentro con
Jesús nos lleva a un estado permanente de misión? ¿O acaso gastamos la mayor
parte de nuestra energía y nuestro dinero en mantener estructuras y una cierta
seguridad de vida?
-
¿Estamos dispuestos a salir al encuentro de
otras personas, con otras creencias y prioridades vitales, sin nuestro discurso
teológico y pastoral prediseñado y perfecto? ¿Creemos que nuestra sociedad
tiene mucho que enseñarnos o seguimos sintiéndonos “supermanes” que tienen que
salvar el mundo de las fuerzas malignas?
-
¿Hasta qué punto me quema por dentro y me
pone en movimiento saber que hay personas rotas, necesitadas de la liberación
de Dios?
-
¿Olemos a oveja o a papeles?
1
.
La alegría del Evangelio suscita
nuevos lenguajes
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