encuentro
habitado brota sorprendentemente una solidaridad eficaz, entrañable, distinta y
más honda: “Inmediatamente se puso en
camino y fue a visitar a Isabel” (Lc 1,39). Una palabra sostenida por
Dios cambia su mirada y la dirección de sus pasos.
La alegría en Cristo
nos lleva a asumir decisiones creativas y arriesgadas. El paradigma tradicional
de la misión y la evangelización –tan valioso en otro tiempo- ya ha quedado
obsoleto. Responde a otras épocas. Esto no implica que tengamos que
desenraizarnos de la historia. La Iglesia, señala Francisco, tiene que “primerear”
y no ir siempre en la cola de la historia[1].
Es el tiempo de un nuevo paradigma, una nueva visión, una nueva misión ¡No
debemos dejar las cosas como están![2]
Hace falta un discernimiento profundo y serio sobre nuestra nueva forma de ser
y de estar en el mundo. Sólo así podemos ser profetas que anuncian buenas
noticias y no calamidades.
El criterio del que “siempre se ha hecho así”
no funciona “respetar la tradición”, urge una conversión radical que permita
dar paso al “Espíritu” y no ha nuestros pájaros que tenemos en nuestra cabeza.
Se pierde demasiado tiempo discutiendo en temas que nos hacen mirarnos al
ombligo, relaciones humanas ¿Qué nos está pasando? Necesitamos audacia para
reimaginar, reorganizar estructuras, estilos y nuevos métodos. Todo esto, desde
una búsqueda conjunta, en mesa compartida, sin dar las cosas por supuestas,
donde todos somos protagonistas del cambio y la transformación.
Estamos ante un
tiempo que requiere nuevos gestos, lenguajes: “Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo” (2Cor 5,17). El encuentro
con Cristo nos pone en movimiento, acción, nos permite soñar con lo imposible,
abrir nuevos caminos, acoger la fuerza del Espíritu y todo esto pasa por la
desinstalación, por un nuevo modelo de vida consagrada. Por explorar lo inédito
y activar la esperanza. “Oigo un
lenguaje desconocido...” (Sal 80,7). El raquitismo, el miedo a perder
poder y seguridades es lo que encierra y entorpece el anuncio del Evangelio.
La vida consagrada
tiene una fuerte responsabilidad en la formación de la novedad en el anuncio
del Evangelio para el contexto, las improvisaciones no nos sirven. Para ello
necesita una formación teológica, ética con “olor a Evangelio”. Me preocupa que
en ciertas comunidades de formación y centros de teología todavía sigan
impartiendo modelos rancios, medievales que tratan de imponer el dogmatismo,
clericalismo, bajo el pretexto de mantener las sanas tradiciones. “Un corazón
misionero nunca se encierra o repliega en sus seguridades, nunca opta por la
rigidez autodefensiva; sabe que él mismo ha de crecer en el Evangelio y en el
Espíritu...”[3].
3.
“No nos dejemos robar la alegría”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario