3 de febrero de 2011

"TIEMPO DE ACCION DE GRACIAS"

QUERIDAS HNAS. MUY UNIDAS EN LA ORACIÓN POR ESTE DIVINO DON PARA NUESTRA FAMILIA.

(Esta imagen aparece
en el Milagro)
BENDICIÓN MILAGROSA

Día 3 de febrero del año 1.822, a las 4 p.m. en la capilla de las Hermanas de Loreto. Martillac. Bordeaux. Francia.
Durante la exposición del Santísimo Sacramento, que duraba 20 minutos y terminaba con la Bendición


(La Custodia del Milagro)


TESTIMONIOS:

a.- Testimonio del sacerdote celebrante.
“Yo, antiguo párroco de la parroquia de Barie y actualmente sacerdote de la parroquia de Santa Eulalia en Burdeos, habiendo sido yo mismo testigo, a pesar de mi indignidad, del favor insigne que se dignó conceder a la comunidad de las Damas de Loreto, atesto y afirmo, ante el Señor mi Dios, la verdad de los hechos contenidos en la presente declaración:

El Padre Noailles, superior del instituto de Loreto, no habiendo podido acudir él mismo para dar la bendición a la comunidad de Loreto, y habiéndome rogado que le remplazase, fui a dicha comunidad, el 3 de febrero, a las 4 de la tarde. En cuanto llegué me dispuse a dar la bendición. Para ello expuse el Santísimo Sacramento, pero a penas lo había incensado una vez, habiendo levantado la vista hacia la custodia ya no vi la Sagradas Especies que en ella había colocado; en su lugar vi a Jesús mismo en medio del círculo que le servía de marco, como un retrato de busto, con la diferencia que la persona aparecía viva. Su tez era muy blanca y representaba un joven de unos 30 años, extraordinariamente bien parecido. Llevaba una especie de estola de color rojo oscuro. Se inclinaba de vez en cuando hacia la derecha y hacia delante.

Impresionado por aquel prodigio y sin poder creer lo que veían mis ojos, empecé por pensar que era solo una ilusión, pero el milagro continuaba y no pudiendo permanecer en aquella incertidumbre le hice señas al monaguillo que tenía el incensario, que se acercara. Le pregunté si no veía algo extraordinario. Me respondió que ya había percibido el prodigio y que seguía viéndolo. Le pedí que fuera a prevenir a la superiora. Hablo a la sacristana, que sorprendida por lo que veía y absorta en los pensamientos que le inspiraba, no pudo cumplir el encargo. En cuanto a mí, anonadado y postrado en tierra, no levantaba la vista más que para humillarme más aún, en la presencia del Señor, lloraba de alegría, de agradecimiento y de confusión.

El prodigio continuó durante el canto y las oraciones. Al terminar el canto, no sé cómo, porque creo que ahora no tendría valor para hacerlo, subí al altar, tomé en mis manos la custodia y di la bendición, mientras contemplaba al Señor, que tenía visiblemente entre mis manos. Una vez dada la bendición a las Damas de Loreto, que sin duda sería muy eficaz para su obra, coloqué la custodia sobre el altar, pero al abrirla solo estaban las Sagradas Especies. Nuestro Señor se había ocultado una vez dada la bendición.

Temblando y llorando salí de la capilla asombrado de la calma que había reinado durante un prodigio tan largo. A penas salí de la capilla todas las personas de la casa me rodearon, me preguntaron si había visto el prodigio que les había impresionado y cuestionándome sobre todo ello solo pude decirles: Han visto a Nuestro Señor, es una inmensa gracia la que les ha sido concedida, para recordarles que El está realmente con ustedes; para que le amen cada vez más y practiquen siempre las virtudes que les han atraído una gracia tan grande. Al día siguiente, lunes, habiendo ido a la parroquia de Santa Eulalia y encontrándome allí al Señor Padre Noailles, le comuniqué, así como a otras personas, todo lo referente al milagro a pesar de que me había propuesto no hablar de ello a nadie, aunque el monaguillo y otras personas, ajenas a la comunidad que habían estado en la capilla de Loreto, habían contado lo que habían visto y pensé que Dios quería que apoyase su testimonio”. (Padre Delort)


b.- De la que se llamará Sor María de Jesús Peychaud.
“Yo, María Luisa Milady Peychaud, en 1822, cuando tuvo lugar la aparición de Nuestro Señor, en la capilla de las Damas de Loreto, el 3 de febrero, domingo de septuagésima, fui como las demás, a recibir la bendición. Apenas había llegado a mi sitio, cuando colocaron la Sagrada Forma en la custodia; inmediatamente sentí un recogimiento profundo y oí una voz interior que me decía:”Yo soy el que soy y solo yo soy”.

Sorprendida como una persona ciega que percibe la luz por vez primera, perdí poco a poco el uso de los sentidos; al menos no me fue posible utilizarlos. En el canto, solía hacer la voz más alta pero no pude abrir la boca. Solo podía escuchar la voz divina; porque no podía dudarlo: era esa voz la que se dejaba oír. Y continuaba diciéndome. “Los honores, y la estima de las personas no son más que humo, y Yo soy el que soy; su amistad es como el polvo, y Yo soy el que soy, Las riquezas, los placeres, son barro, y Yo soy el que soy y solo Yo soy”.

Anonadada en lo más profundo de mi ser, respondí al Señor: ¡Cómo, Dios mío! ¿Habré vivido siempre en la ilusión? Pero puesto que ahora reconozco que es el mismo Dios que me habla, graba tan profundamente en mi mente y en mi corazón lo que acabas de decirme, Señor, que jamás se borre en mi recuerdo”.

Permanecí sola en la capilla, pensando en lo que me acababa de suceder, sin saber que el Señor se había aparecido. Me enteré al salir de la capilla, lo que me hizo estremecer aún más. Después de haber escuchado a las personas que habían sido testigos, exponerlo con tanta ingenuidad, sencillez y unanimidad, tuve la certeza de que no me había equivocado.”

NUESTRA FAMILIA ES HEREDERA DE ESTE GRAN REGALO DE DIOS, PARA OFRECERLO AL MUNDO. NO ESTAMOS SOLAS, DIOS CAMINA CON NOSOTRAS.

"SIGAN ADELANTE, NADIE PUEDE DETENER SU CARRERA".PBN

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