7 de abril de 2013

Vida Apostólica

Con una actitud abierta me dispuse a entrar en el Desierto, logrando día a día gozar y gustar del silencio, de la soledad; buscando entregarlo todo al Señor y dejar que sólo El llene mi corazón. Dispuesta a trabajar al máximo, sin temor, confiada en la Gracia que me llevaba de la mano, oraba al Padre: Quiero dejar todo lo conocido, aprendido para abrirme a lo nuevo, a lo que quieras regalarme. Puedo decir que su Espíritu me fue conduciendo, me sentía animada a entrar cada vez más en un silencio profundo, experimentando la quietud, el vacío para encontrarme sola, con el rostro de Jesús, quien me revelaba a mí misma. No tengo palabras para explicar lo que Dios me ha regalado en estos bellos días, pude saborear y gozar de su presencia, de descubrir su luz que alumbra mi oscuridad, de sentir su fuerza, que me llevaba a descender de la superficialidad y bajar a lo profundo de mi ser. Siento que el corazón se fue ensanchando y que Dios ha ganado espacio, un fuego me quema por dentro, me impulsa, me da alegría, confianza, me desafía a ir por más. El Señor me llama a una mayor entrega, me invita a un derroche de amor y a aprender de Él: a relacionarme con el Padre, a orar en todo momento, en la alegría, en el dolor, en el servicio a los demás; a crecer en abandono y a confiar en la providencia. En estos días de retiro el Señor me ha sanado, me ha hecho una mujer nueva, me ha reconciliado, me hizo gozar de su amor misericordioso. Me ha vuelto a conquistar, la persona de Jesús sigue cautivando mi corazón, por eso quiero entregar mi vida, mi juventud por amor a Él y a mis hermanos/as. Siento que el Señor me conduce por un camino de mayor autenticidad, en conocimiento de su persona y de mí misma. Me invita a seguir potenciando todo el caudal de vida que descubro en mí y a seguir trabajándome para creer en libertad interior. Tengo el propósito de seguir cultivando la actitud de discernimiento en la vida cotidiana para reconocer las fuerzas del bien y del mal que me mueven y elegir siempre el bien. Hacer el examen diario para percibir las mociones (consolación-desolación) del Espíritu y ser más consciente de mis sentimientos, escuchando al corazón. Tratando así de vivir de manera más integrada todos los acontecimientos de la vida, descubriendo las llamadas de Dios y actuar conforme a su querer. El desafío para estos tiempos que corren velozmente y muchas cosas pasan desapercibidas es “desarrollar nuestra capacidad de Contemplación” para descubrir lo sagrado en todo, conservar el asombro a la novedad de cada día, vivir el momento presente consciente de una misma y de los demás, maravillarnos por lo que Dios va haciendo, creando y renovando en toda la creación; cultivando la alegría y la gratitud para ser mujeres felices entregadas por el Reino.

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